jueves, 11 de noviembre de 2010

CAPITAL HUMANO Y CAMBIOS

Noticia enviada por Ignacio García Fernández

Hoy, como nunca, se habla de capital humano a modo de pieza clave del éxito de las distintas organizaciones y empresas. Ya saben, esa plusvalía que genera la persona en procesos de mejora y sin la cual apenas se avanza y que, por ello, lleva a buen puerto la marcha de los diferentes proyectos concebidos. Sobra, pues, decir que toda atención sobre ese aspecto es, y va a ser, poca en el obligado campo presente y futuro de las innovaciones.

Viendo así la cosa, de forma un tanto genérica y, en cierto modo, alejados de la terminología economicista que parece que lanzó al mercado tal expresión, nos podríamos preguntar, iniciado el nuevo curso en casi todos los órdenes de la vida, si son los cambios y transformaciones producidos en unos ámbitos profesionales o en otros los que miden realmente la buena o mala salud de éstos, los que, en definitiva, dicen que el capital humano que se desenvuelve en ellos funciona de veras. Indudablemente, todo cambio supone, según las circunstancias, un pequeño o un gran reto, para el que hay que estar preparados, pero, claro está, asimilado y hecho a ser posible con la máxima flexibilidad.

Me explico. Para empezar, podríamos colocarnos en una dimensión amplia y, a continuación, ir reduciéndola y focalizándola hacia algún sector conocido. Pues bien, desde este punto de vista, ignoro en qué medida el que por primera vez -o por segunda o tercera- llega a la mesa de cualquier equipo de gobierno es consciente de la influencia que ejerce en todo ese personal adscrito -pongamos por caso- a cualquier administración pública de uno u otro departamento.

Así, pocos discutirán que el sector educativo sabe demasiado de reciclajes de leyes y reformas, de reorientaciones de diverso signo, de ajustes y recortes, pero no sé si alguien se pone a evaluar alguna vez el efecto de todo ello en los que integran la llamada comunidad educativa, especialmente, la de ese capital humano que, con diaria dedicación y mejora de su profesionalidad, procura llevar adelante los retos educativos de un país. Esto claro, si el cambio que se quiere suscitar, y que conlleva una renovada visión de la enseñanza, no se distancia demasiado de la práctica escolar diaria, si, por exceso de novedades o escasez de ayudas para ponerlo en práctica, no se amontona ni se olvida, y si, por ello, no constituye al final un muro insalvable que hace que todo al final funcione casi como siempre, es decir, sin apenas cambios.

Es indudable que, además, casi de forma encadenada, todos estos cambios cualitativos traen consigo en algunos momentos cambios estructurales y de calado que suponen modificaciones de plantillas o de la función en el desempeño de los puestos de trabajo.

En efecto, los cambios se dictan, se declaran y se asumen, pero otra cosa es que se articulen y materialicen realmente a través de una actuación personal y determinante en el sentido invocado por las nuevas reestructuraciones. Aquí parece que, por parte de unos dirigentes u otros, habría que tener un gran interés comunicativo y un deseo de hacerse comprender y, sobre todo, una especial atención por los individuos que constituyen la siempre anónima plataforma de los llamados recursos humanos.
Teniendo en cuenta que en este empeño, todo tipo de personal -tanto interno de un mismo enclave profesional, como externo de otro que se relacione con el anterior-, resulta más que necesario, apenas merecerá la pena subrayar que la empatía y el sentido de reciprocidad en la interlocución de un amplio abanico de emisores y receptores ha de prevalecer a diario.
Parece lógico suponer, pues, algún retroceso si algo de lo anterior no se produjera. No hay que aventurar mucho al señalar que, en ese caso, las innovaciones previstas y las modificaciones planteadas se vuelven lentas o apenas se hacen y una atmósfera de ambigüedad se hace dueña y señora de la situación.
A causa de esto, y sin salirnos aquí del ámbito público, suele ocurrir que conviven, por un lado, esfuerzos y energías en el plano de los recursos humanos, que se consumen sin dejar huella, porque no se miden ni valoran, y, por otro, justo en el extremo opuesto, una suerte de parálisis y ralentización en los mismos a la espera de unas clarificaciones que no llegan, lo que a menudo suele justificar tal actitud dilatoria.
En cualquier caso, no se me ocurre otra cosa que realizar un lógico y fiel seguimiento y valoración de los procesos de cambio -quizás, se esclarezca con ello otro asunto nada inocuo, como es el de la medición de las partidas destinadas a tal efecto- , así como, en el ámbito del conocimiento y de los nuevos contenidos, relativizar su potencial para la buena disposición de los distintos intereses y de las diferentes necesidades que fluctúan en el ámbito de gestión de las personas y de la salvaguarda de su capital humano.
Respecto a esto, sin poner en cuestión las ventajas para cualquier entidad, ya sea ésta pública o privada, de los cambios controlados y de las innovaciones producto de buenas prácticas, esa forma de fiscalidad, si se quiere, del 'saber' dirigente frente a otras opciones que perviven y se manejan con éxito y de forma habitual, no deja de ser una traba para la naturaleza del mismo saber y para la riqueza que atesora todo capital humano.

Publicada originalmente en la siguiente dirección de internet:

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